Campanarios de Azaba: El retorno de la dehesa
Enclavada en el mismo corazón del Campo Charro y haciendo frontera con nuestra vecina Portugal, se encuentra la dehesa de Campanarios de Azaba, una finca, otrora de aprovechamiento agrícola y ganadero, que ha vuelto al esplendor del monte mediterráneo por excelencia, con técnicas de regeneración consciente y respetuosa con el medio ambiente.

Hay lugares que parecen pensados para recordarnos que la naturaleza, incluso herida, es capaz de reinventarse. Campanarios de Azaba, en la frontera entre Salamanca y Portugal, es uno de esos enclaves donde el tiempo se detiene y la memoria del paisaje vuelve a latir con todos los colores que adorna el monte mediterráneo.
Durante décadas, estas más de 600 hectáreas de dehesa fueron terreno de aprovechamiento humano, como tantos otros rincones de la península. Pero en los últimos años, el esfuerzo paciente de la Fundación Naturaleza y Hombre ha devuelto a este espacio su vocación original: la de ser un refugio de vida silvestre, un mosaico de encinas, pastizales, arroyos y bosquetes que laten como un organismo que vuelve a recuperar el esplendor de antaño.

Un territorio que renace
La restauración ecológica de Campanarios de Azaba es un ejemplo pionero en la península. No se trataba solo de conservar lo que quedaba, sino de recrear dinámicas naturales en un ecosistema profundamente transformado por siglos de explotación. Allí donde antes se levantaban alambradas, hoy se abren pasos para ciervos, corzos o jabalíes. Donde el suelo se encontraba profundamente erosionado, se han reintroducido matorrales mediterráneos que dan alimento y refugio a insectos y aves. Así ahora peonías salpican de color dehesas de roble y encina, creando pasadizos abiertos entre cantuesos y otras hierbas que se mecen en la suave y cálida brisa de la tarde.
El proyecto va más allá de la recuperación del arbolado. Se han instalado cajas nido para favorecer la reproducción de aves insectívoras, se han creado charcas para anfibios y odonatos y se han retirado especies exóticas que competían con la flora local. La filosofía es sencilla pero poderosa: dejar que la naturaleza vuelva a tomar las riendas, haciéndoselo más fácil con una restauración consciente y muy medida.

La importancia de los insectos
En 2017, Campanarios de Azaba se convirtió en la primera Reserva Entomológica de España. El reconocimiento llegó de la mano de la Sociedad Entomológica Aragonesa, que valoró la extraordinaria diversidad de mariposas, escarabajos y abejas presentes en la finca. El proyecto que enarbola en 2025, Dehesa Sostenible, está representado por una de esas pequeñas criaturas olvidadas, el escarabajo coprófago Copris hispanus, un excelente bioindicador de la calidad del suelo y el ecosistema.
No es un detalle menor. En un mundo donde la biodiversidad de insectos se desploma a gran velocidad, que un espacio como este sirva de santuario para cientos de especies de polinizadores y coleópteros es un gesto de esperanza. Las flores de cantueso, jara y retama no solo tiñen el paisaje de color y un aroma fragante, sino que sostienen las cadenas tróficas de las que dependen aves, reptiles y mamíferos.
En primavera, cuando los prados se encienden de vida, es fácil comprender por qué esta reserva es tan valiosa. La vibración de los insectos forma parte de la música ancestral del campo charro, ese rumor que sostiene el equilibrio invisible de los ecosistemas.

La restauración ha favorecido también el regreso de especies emblemáticas.
El buitre negro, una de las rapaces más amenazadas de Europa, sobrevuela la zona con su envergadura imponente. Los alimoches, cigüeñas negras y milanos (negros y reales) encuentran aquí alimento y descanso. Entre la espesura de encinas y quejigos, la abubilla y el alcaudón se dejan oír en los meses cálidos, al igual que los abejarucos, quienes encuentran en estas manchas de dehesas restauradas sus bastiones estivales.
La presencia de grandes herbívoros es otro de los hitos del proyecto. Al introducir caballos (como retuertas o sorraia) y bovinos de razas rústicas, se ha buscado reproducir el efecto de los antiguos herbívoros salvajes en el paisaje: clareando zonas de matorral, dispersando semillas y generando espacios abiertos donde florece la biodiversidad.
El futuro de la dehesa está en su pasado
La dehesa es un paisaje cultural, fruto de siglos de interacción entre el ser humano y la naturaleza. Pero también es un ecosistema frágil, amenazado por el abandono rural, la sobreexplotación y el cambio climático. En Campanarios de Azaba, la apuesta ha sido la de reconciliar tradición y conservación: mantener el carácter abierto de la dehesa, pero a la vez permitir que la naturaleza se regenere.
El paisaje se siente auténtico, lleno de matices, con la serenidad de un lugar que se recompone paso a paso, y que está abierto a ser descubierto, y a sorprender a quienes se animen a hacerlo.

El proyecto desarrollado en la finca también abarca una perspectiva científica. En Campanarios se llevan a cabo programas de seguimiento de fauna y flora, estudios de insectos polinizadores y monitoreo de aves rapaces. La reserva se ha convertido en un laboratorio vivo donde aprender cómo se regenera un ecosistema mediterráneo y qué papel desempeñan las distintas especies en esa recuperación.
La implicación de universidades, investigadores y entidades de conservación ha permitido que el proyecto trascienda lo local y se convierta en un referente europeo. Campanarios es parte de la red European Rewilding Network en el Oeste Ibérico, lo que subraya su importancia como modelo de restauración y conservación.
La experiencia como punto de partida
Aunque la esencia del proyecto es ecológica, también se ha querido abrir una pequeña ventana al público. Sin perder el respeto por los procesos naturales, se han habilitado opciones de visita para quienes deseen conocer de cerca este lugar. Senderos interpretativos, pernoctas inmersivas, actividades de observación de fauna y programas educativos permiten que el visitante descubra el valor de la dehesa y se acerque a la biodiversidad con otros ojos.
No se trata de un turismo masivo ni ruidoso, sino de una experiencia íntima, casi contemplativa, que conecta con la raíz del proyecto: aprender a mirar la naturaleza desde la admiración y el respeto.

Hablar de Campanarios de Azaba es hablar de resiliencia. De cómo un paisaje alterado puede volver a ser un ecosistema silvestre. De cómo la vida se abre camino cuando encuentra un resquicio, cuando el damos un respiro… Y también de cómo la voluntad humana, bien orientada, puede convertirse en aliada de la naturaleza.
En tiempos en que las malas noticias ambientales parecen abrumadoras, este rincón salmantino ofrece un relato distinto: el de la restauración, la paciencia y la esperanza.
Quizá ese sea su mayor valor, más allá de los galardones o de los estudios científicos: recordarnos que aún estamos a tiempo de recomponer el vínculo con la tierra de la que venimos.
Que, si dejamos espacio y acompañamos los procesos, la naturaleza siempre sabe como regresar.